EL AJEDREZ

Zully Cabrera

El día de navidad como es habitual en nuestra familia salimos al paseo universanual.

  Desde hace tres años queríamos llegar a la mansión de la verja de madera; hace dos años cuando íbamos hacia allí, Lourdes tropezó con un cactus y tuvimos que regresar, sólo Sarita siguió en aquella oportunidad...

  El año pasado fuimos a Geingargerfjord, esta vez nos palpitaba el corazón cuando estiramos nuestros brazos para llegar a la verja, observamos que a manera de adornos había muñecos quebrados, atados de brazos abiertos en cruces roídas, todos ellos puestos sin simetría alguna alrededor del predio.

  Tres hombres caminaban en las tinieblas entre estatuas grandes y grandevas, algunas se retorcían inexplicablemente en el piso.

  Decidimos cruzar y entrar a la casa para ver mejor aquel raro espectáculo.

  Nos recibió una anciana de lentes, le dimos un beso y pasamos... Ella abrió la ventana del balcón, ya que por las otras no se podía ver; cuando le pregunté a aquel hombre de aspecto horrible que hacía allí, me respondió que arreglando lo que los rusos habían roto, luego me alcanzó una canasta con golosinas y pegatinas, fue ahí que comenzaron a brotar los niños por todas las puertas, tenían un agudísimo sentido del olfato, tiré la canasta al piso blanco y negro y ellos organizaron una batalla para cogerlos.

  Confundidas decidimos acurrucarnos en el rincón de la planta de azalea y preguntar a la anciana que significaba aquello.

  Ella nos relató que los niños estaban allí desde hacía tres años entrenándose para formar el ajedrez humano que luego saldría en un circo a recorrer el mundo. Los disfraces eran impecables, cada rey con su corona, cada reina de percales y lentejuelas y los alfiles ondeaban banderas multicolores.