EL AJEDREZ

Breve historia del ajedrez moderno



Desde que fuera inventado en el Indostán hará cosa de mil quinientos años, pocas han sido las novedades introducidas en el ajedrez, por tratarse -o al menos esa era la opinión más extendida- de un juego perfecto desde su formulación primera. Puede citarse de manera anecdótica el caso del investigador de fenómenos extraños Charles Fort, que ideó un superajedrez con 1600 escaques, o el del gran maestro checo Vladimir Scazsca, que en 1956, en el transcurso del campeonato de Bohemia, se comió literalmente un peón negro después de un contragambito Alvin (jugaba con blancas). Pero, por lo general, las innovaciones estratégicas de un Ruy López, un Philidor, o un Capablanca no se han correspondido con parejas innovaciones en el juego mismo. A partir de la mitad del siglo XX, sin embargo, con el auge de las nuevas corrientes de pensamiento, el panorama comenzaba a estar maduro para profundos cambios.

 

Puede quizás citarse como precursora a la sufragista inglesa Margaret Obtruder, quien, tras varios intentos frustrados de atentar contra Rin-Tin-Tin, al que consideraba símbolo de la opresión de su sexo, dedicó sus esfuerzos a la incorporación de la mujer al ajedrez. Para ello, estableció la igualdad de rey y dama, que debían colaborar y protegerse mutuamente durante la partida, y, tras censurar acremente la “vagancia” del rey, introdujo la novedad de que éste pudiera moverse más de un escaque cada vez. En honor a la verdad, hay que señalar que el mate era sumamente infrecuente. Algunos críticos han sugerido asimismo que las frustraciones de Obtruder procedían de su incapacidad innata para asimilar el movimiento del caballo.

Ya tras la guerra mundial, el pensador alemán Jürgen Farhtfaimer –generalmente excluido de la Escuela de Frankfurt a causa de su mala ortografía- puso el ajedrez en relación directa con la superestructura opresora postindustrial. A su juicio, todas las piezas deberían tener idéntico valor y una misma capacidad de movimiento. Introduciendo el concepto del “gozo de la pieza” (Piezengog), este teórico criticó el “pensamiento finalista” que en su opinión penetraba el ajedrez tradicional. La verdadera liberación, tanto de los jugadores como de sus “correlatos jugantes” (Spielholzknaben), las piezas, provendría del abandono de la búsqueda del jaque mate, así como de la supresión del movimiento lineal de los peones y de la posibilidad de coronar. El ambiente contracultural californiano acogió con agrado estas ideas, y ya desde 1966 se registran torneos hippies de free chess –como pasó a denominarse-, si bien el tratadista ruso Vasili Panov, en su monumental Teoría de las aperturas, desaconseja el uso de drogas psiquedélicas “al menos durante los veinte primeros movimientos”. En sus escritos de madurez, un Farhtfaimer cada vez más escéptico estimaba que los jugadores no han de hacer nada por mover las piezas, por cuanto la imposición del movimiento es ya una desvirtuación de algo por esencia libre como el juego. Parece ser que acabó sus días profundamente amargado, y deambulaba por el campus de Berkeley acusándose en voz alta de haber inventado las damas. En cualquier caso, la primera consecuencia de la abolición del jaque mate fue el abandono de la anotación, por considerarse innecesaria. La segunda fue la supresión, por idénticas razones, de las partidas.

“¡Qué no, hombre, que el que va en su color es el rey…!”
“¡Qué no, hombre, que el que va en su color es el rey…!”

A su vez, los postestructuralistas y postmodernos no han dejado de mostrar interés por el noble juego. Se sabe que Gilles Deleuze le arrojó en cierta ocasión un tablero a la cabeza a un interlocutor que criticaba la oscuridad de sus textos. La aportación más destacada, empero, ha sido la del filósofo, sociólogo y pedante francés Charles Latan, quien, aplicando el método deconstruccionista a la transcripción del célebre match Spasski-Fischer de 1972, ha llegado a la asombrosa conclusión de que las reglas del ajedrez son totalmente arbitrarias. Sin embargo, Jean Toucheballes ha puesto en tela de juicio tales resultados, aduciendo que Latan ignora no sólo la anotación sino el movimiento de las piezas, y que en cierta ocasión, en su presencia, confundió un tablero de parchís con uno de ajedrez.

En los últimos tiempos, los campos más prometedores de acción parecen ser los relacionados con las características sexuales y raciales del ajedrez. Así, desde el ámbito gay se ha señalado la engañosa dualidad que preside el juego, en correspondencia con los tradicionales roles masculino y femenino, mientras que otros movimientos de integración social critican que haya piezas “blancas” y “negras”. Al hilo de estas reivindicaciones se ha propuesto el ajedrez plurisexual tántrico de la diversidad tolerante y el buen rollo, en el que se suprimen los bandos y las capturas, cada pieza es de un color distinto y el jaque mate se ha sustituido por una “cópula contemplativa espiral”, concepto aún no suficientemente delimitado y para el que, al parecer, es necesaria la concurrencia en armonía de todas las piezas y una votación a mano alzada entre los asistentes a la partida. La iniciativa ha gozado de buena acogida, especialmente en medios ajenos al ajedrez. La FIDE, por su parte, ha declarado “que se vayan al pedo”.

“¿Es una apertura Larsen, o es que se alegra ud. de verme?”
“¿Es una apertura Larsen, o es que se alegra ud. de verme?”

 

Es de lamentar, de hecho, la impermeabilidad de los estamentos oficiales del ajedrez a las innovaciones. Sin embargo, cabe suponer que esta barrera acabará por caer, como han caído tantas otras, y el juego se abrirá así a todas las personas de cualquier condición, raza, sexo, orientación, religión, etc., y se pondrán los medios para que cualquiera pueda ser un Alekhine o un Kasparov, o para que nadie pueda ser Alekhine ni Kasparov, sino todos unos botarates y tan contentos, o para lo que sea.